Esto fue lo que me pregunté el día que los vi en la batería de acuarios de la tienda, dos Lamprologus ocellatus junto a varios Altolamprologus compressiceps que convivían sin molestarse mucho entre ellos, aunque respetando sus territorios. Eran aún muy pequeños, y decidí volver a casa sin comprarlos, al fin y al cabo si me juntaba con dos machos en el acuario, las peleas continuas por los territorios y la imposibilidad de reproducirse, no me iban a traer precisamente satisfacciones.
Y así fue como al día siguiente me presenté en la tienda para comprarlos... con dudas sobre su futuro rol en el acuario pero con unas ganas terribles de que estos pequeñines volvieran a ser protagonistas en uno de mis acuarios.
Al llegar se disputaron el territorio, se marcaban y habían diferencias, pero a los pocos días cuando ya se habían establecido, los días pasaban con relativa tranquilidad. "Poco a poco" han ido alimentándose, ya sabéis lo glotones que son y si no lo sabíais ahora ya sí, y en la actualidad parece que se distinguen. Hay uno de los ejemplares que ha crecido más y tiene forma de macho, con cierta lógica por su predominancia y el otro está más pequeño y tiene forma y coloración más de hembra.
Por mi anterior experiencia con ellos, creo que el macho de ocellatus, no es tan casero, no pasa el día al lado de su concha receloso, el prefiere dominar un territorio con varias conchas y nadar por encima a pocos centímetros, vistiendo un lúcido traje dorado, sin embargo la hembra si es más recelosa de su concha, tiene un territorio, pero yace enfrente de su concha y siempre tiene una preferida y además tiene una coloración más obscura.
Mi duda de momento está en ver si se comporta como hembra por ser un macho dominado o por ser una hembra y no tardaré en saberlo, puesto que estos pequeños crecen a la velocidad con la que comen, ultrasónica.
Dejo unas fotos de ellos:
Foto del macho dominante
Foto del macho domintante sobre su territorio
Foto de la pareja
Luchando con un L.similis
Una pincelada de arte
Texto y fotos realizadas por Carlos García Pérez
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